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El trabajo: la religión más practicada del siglo XXI

el trabajo la nueva religión

En Colombia crecimos con una religiosidad marcada por estampitas, novenas, “Dios lo bendiga” y miedo al infierno. Pero resulta que, aunque muchos digan que se alejaron de la religión, hoy profesan otra mucho más exigente y sagrada: el trabajo.

Sí, leíste bien. El trabajo es la nueva religión. Y no cualquier religión: una con dioses celosos, templos corporativos, mandamientos disfrazados de metas trimestrales y un infierno decorado con frases como “estás despedido”.

Como toda religión, tiene su dios supremo: el dinero. Invisible, omnipotente y omnipresente. Da sentido a todo y ordena el universo social. Hay quienes lo niegan, pero igual le rezan cada 15 días cuando cae la nómina.

Tiene su iglesia, por supuesto: la empresa. Un templo moderno con aire acondicionado, cafetería y una jerarquía tan estricta como la eclesiástica. En vez de obispos y curas, hay CEOs y managers, que te imponen penitencias tipo “reunión a las 7am” y “trabajar el domingo”.

La Biblia de esta fe es un PowerPoint con KPIs, manual de funciones y visión 2030. No lo entiendes del todo, pero debes fingir que sí o serás excomulgado del equipo de alto desempeño.

Sus rituales son sagrados: firmar un contrato es como bautizarse; ascender, como recibir la confirmación; y las reuniones semanales son como el rosario… largas, repetitivas y con la esperanza de que un milagro ocurra.

Incluso tiene sus santos: los gurús de productividad en YouTube, los mentores de LinkedIn, y ese jefe que sobrevivió a tres recortes de personal y ahora predica con frases como “la actitud es lo que importa” mientras tú lloras en el baño.

¿Y qué hay del pecado? Pecar en esta religión es no producir. Ser improductivo, improlijo, poco eficiente o (Dios no lo permita) holgazán. El castigo: la exclusión social, la pobreza o el eterno purgatorio del freelance sin EPS.

Pero hay esperanza. Cada vez más herejes se están dando cuenta de que esta religión no salva, solo exige. Que la productividad no es plenitud, que el burnout no es una cruz noble, y que el trabajo no merece ocupar el lugar más sagrado de nuestras vidas.

Tal vez sea hora de construir nuevos templos. No para adorar la pereza, sino para rendir culto a algo más amplio: el bienestar, la creatividad, las relaciones verdaderas… y por qué no, a un poco de tiempo libre sin culpa.

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