
Me encontré con un video que puso mi mundo al revés, cambió por completo mi forma de ver la esperanza y me ayudó a estar presente en mi vida, aquí y ahora.
Toda la vida nos han dicho que la esperanza es lo último que se pierde, que es el motor de lo bueno y lo justo, y hasta ahora yo nunca hubiera dudado de esa forma de verla. Pero vista a través de los ojos del Buda, todo cambia.
Según el Buda, la esperanza es una cadena invisible, una cadena suave pero fuerte. No se ve, no pesa… pero te amarra al futuro.
Y mientras estamos esperando que la vida que deseamos llegue, se nos pasa la vida que si esta pasando: esta.
La esperanza hace que pongamos nuestra atención —y por lo tanto nuestra energía— en el futuro, en algo que no existe y que tal vez nunca llegue. Es un espejismo que nos hace pensar:
“Cuando tenga el trabajo que ame, todo será mejor.”
“Cuando gane el doble de lo que gano ahora, todo será mejor.”
“Cuando encuentre a esa persona que me complemente, seré feliz.”
Y así se te va la vida en un eterno posponer de la alarma “5 minutos más”.
— “El lunes empiezo la dieta.”
— “El otro mes voy a empezar a visitar a mi mamá.”
— “Cuando tenga el trabajo que deseo, ahí sí me despertaré y viviré mi vida.”
El problema con la esperanza no es desear un futuro mejor.
El problema es que se convierte en una anestesia para no vivir el presente.
Nos deja adormecidos esperando un “mañana mejor”, mientras el “hoy posible” se deshace.
Vamos posponiendo la vida de cinco minutos en cinco minutos hasta que se nos va.
¿Entonces qué hago? ¿Me entrego a la desesperanza?
No.
Nos despertamos, nos entregamos al ahora.
— Empezá la dieta hoy, aunque sea comiendo una sola verdura.
— Ve y visita a tu mamá. Y si no puedes visitarla, llámala. Ten una conversación que vaya más allá del “¿cómo estás?”.
— Haz ejercicio ahora. Incluso si solo puedes hacer cinco flexiones. Cinco es infinitamente más que cero.
Abandona la sala de espera de tu vida y comienza a vivirla.
Deja de esperar.
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