
Una de las cosas más bonitas de escribir es que me sirve para someter a juicio mis propias ideas.
¿Cómo así? Venga le cuento. Puede que a usted también le sirva.
Normalmente me llega una idea y ahí mismo corro a escribirla. Saco las notas del celular o escribo en lo primero que tenga a mano. Lo importante es atrapar la esencia antes de que se me escape.
Ya con unas cuantas frases capturadas, arranca el juicio.
¿El objetivo? Ver si la idea es sólida o es pura caspa.
¿El procedimiento? Preguntar, dudar, llevar la contraria.
Me pongo el sombrero de abogado del diablo y comienzo a tirar preguntas para encontrarle los puntos débiles.
Y ahí pasa la magia: me doy cuenta de lo equivocado que estaba ( rara vez la idea termina siendo cierta y sólida de primerazo). Pero esos vacíos que salen a la luz me invitan a leer, a preguntar, a investigar… y a construir una imagen más completa. Una nueva idea.
Las ideas que termino publicando son las que ya pasaron por ese fuego. No son las que me entusiasmaron en un arranque, sino las que sobrevivieron el proceso de preguntas.
Escribir es un acto de investigación. Primero interna, después externa. Y si hacemos las cosas bien, podemos salir de allí más sabios.
Aprendemos a dejar morir las ideas débiles y a entender algo esencial: yo no soy mis ideas. Soy quien las mira, las pone a prueba y decide con cuáles quedarse.
Escriba, luego me lo agradecerá.