Los seres humanos somos máquinas etiquetadoras: alto, bajo, cerca, lejos, dulce, amargo, etc. Etiquetas que nos ayudan a darle sentido al mundo para navegar mejor.
La cosa está en que últimamente las etiquetas se han ganado una mala reputación, se han estado usando de manera incorrecta, pues es común que coloquemos etiquetas únicas y permanentes a las personas: “mamerto, de izquierda, de derecha, machista, feminazi”.
Demostrando la constante necesidad de sobre simplificación de nuestro cerebro y la pereza mental que nos impide:
- Reconocer que las etiquetas no son permanentes y que pueden ser reemplazadas.
- Aceptar que las personas tienen infinidad de etiquetas que en conjunto forman algo más complejo que la suma de todas.
Así que si, yo etiquete a las personas, les tengo decenas de etiquetas que me van informando sobre cómo los percibo y siempre que se da la oportunidad actualizo esas etiquetas.
Reconozco que todos somos obras en proceso y que las etiquetas son temporales y múltiples, no sellos permanentes capaces de enjaular la inmensa complejidad de un ser.